martes, 29 de abril de 2014

Masacre de Zafra

MASACRE DE ZAFRA
 

Noche del 7 de agosto de 1936. Las tropas rebeldes se encontraban a pocos kilómetros de Zafra (Badajoz). Habían tomado el pueblo más cercano, Los Santos de Maimona, en la carretera general entre Sevilla y Badajoz, tras haber machacado con el bombardeo de la aviación a los milicianos de Puigdéndolas. Con cerca de 300 bajas, su entusiasmo y su arrojo no habían sido suficientes para frenar a unas tropas experimentadas en el combate.
Zafra estaba aterrorizada ya que la gente sabía ya de la “limpieza” que estaban realizando Asensio y Castejón en las poblaciones tomadas por sus columnas mixtas de legionarios, regulares y “moros”.
El alcalde socialista, José González Barrero, que había arriesgado su vida al oponerse a que los presos de derechas del pueblo fueran asesinados, estaba preparando la evacuación de la población. Aún estaba lejos de saber que, años más tarde, sería asesinado por aquellos que habían conservado la vida gracias a él.
Con la primera luz del día, dos coches blindados avanzaron hacia Zafra; uno llevaba pintado en el capó un corazón de Jesús y el otro la cara de Azaña con dos cuernos, y eran seguidos por soldados rebeldes y legionarios capitaneados por el comandante Antonio Castejón.
Este militar africanista, ya se había ganado una justa fama de sanguinario en la represión de los barrios obreros de Triana y de la Macarena en Sevilla, así como también en la “liberación” de bastantes poblaciones de los alrededores de la capital andaluza, como Alcalá de Guadaira y Arahal entre otras, llegando hasta Puente Genil en la provincia de Córdoba.
Especialmente dura fue la represión que encabezó en esta población cordobesa. Tras ser tomada gracias al bombardeo de la aviación y a la desproporcionada superioridad numérica y de preparación de las tropas al mando de Castejón, éstas procedieron a fusilar a todos los hombres que encontraban en las calles, en sus casas, en cualquier lugar… La matanza fue horrorosa. Varios cientos de personas fueron fusiladas ese mismo día. Algunas fuentes estiman que fueron más de mil.
Así cumplía Castejón las órdenes de Queipo de Llano que ya había preparado el camino de la masacre con su discurso del 23 de julio en Radio Sevilla:
 “Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil, Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar como a un perro a cualquiera que se atreva a ejercer coacción ante vosotros; que si lo hiciereis así, quedaréis exentos de toda responsabilidad”.
No es extraño pues que, con estos antecedentes, la columna de Castejón avanzase hacia Zafra pensando que iba a ser un nuevo paseo militar, como así fue en realidad. Entraron en la población sin ninguna oposición y, tras liberar a los presos de derechas, formó con ellos una nueva Comisión Gestora en el ayuntamiento, tal como habían hecho en otras poblaciones ya tomadas.
A las 12 del mediodía, la columna de Castejón se preparó para dejar Zafra. Los militares abandonaron la localidad por la misma carretera por donde habían entrado siete horas antes. Los seguía una larga hilera de 48 reos.
Una vez en las afueras, comenzaron los fusilamientos: los mataron en grupos de siete, de modo que el resto de los detenidos veía lo que les esperaba. A cada trecho fusilaban un grupo y la carretera que une Zafra con Los Santos de Maimona quedó sembrada de cadáveres.
Mientras, en Zafra continuaba la represión, ahora a cargo de la nueva Junta Gestora nombrada a dedo por los militares. En los primeros meses de ocupación, eliminaron a más de 200 personas en un pueblo de 7.000 habitantes, caracterizado por no haber tenido ni una sola víctima de derechas durante la Segunda República. Hay evidencias de que, en su mayor parte, la represión fue encomendada a la Falange.
Todos estos asesinatos contaban, como no podía ser de otro modo, con la bendición apostólica de una iglesia que desde el principio se declaró a favor de los golpistas prestándoles con entusiasmo todo su apoyo moral, ideológico, material y humano. Éste último se personifica, en el caso de Zafra, en la figura del “padre” Juan Galán Bermejo que, al contrario que su compañero Daniel Gómez, que hizo lo que estuvo en su mano para reducir la lista de los fusilados, se encargaba de señalar a los que iban a ser ajusticiados, llegando incluso a realizar el “trabajo” personalmente.
Las columnas de Castejón, de Asensio y de Tella., todos ellos a las órdenes de Yagüe y, en última instancia de Franco y de Queipo en Sevilla, continuaron su implacable avance hacia Madrid.



















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