La Batalla de
Belchite, 24-8-1937
La Batalla de Belchite es
una de las batallas más famosas de la Guerra Civil Española (1936-1939). La
resistencia épica de los sublevados de derechas o “nacionales” en el pueblo de
Belchite consiguió detener la ofensiva del gobierno de la República Española
contra la importante ciudad de Zaragoza. La frenética lucha casa por casa entre
las tropas de ambos bandos acabó con el pueblo completamente devastado.
Belchite nunca se reconstruyó, es una memoria viva de la Guerra Civil.
Con objeto de hacer un nuevo intento de detener
las operaciones de los nacionales en el norte de España, el gobierno
republicano decidió lanzar una nueva ofensiva en el frente de Aragón. En esta
ocasión el estado mayor republicano eligió atacar Zaragoza, con objeto de conquistar
esta importante urbe y conseguir con ello aislar al resto de tropas nacionales
de Aragón. La importancia de defender Zaragoza interrumpiría los ataques
nacionales contra Santander y obligaría a los nacionales a desviar un gran
número de tropas a la zona. Sin embargo, un pueblo cercano a Zaragoza se
convertiría en el rompeolas donde se estrelló la ofensiva republicana. Su
nombre era Belchite.
Tras los avances republicanos del 24 y 25 de
agosto, la localidad de Belchite quedo cercada y alejada del frente nacional.
Sin embargo, Belchite, localidad que por entonces contaba con unos 4.000
habitantes, no estaba dispuesta a rendirse. El pueblo en sí estaba bien
defendido, contaba con varios puntos fuertes defendidos con ametralladoras, a
los que se sumaban barricadas en todas las calles y defensores atrincherados en
todas las casas. Al mando de la defensa estaba el teniente coronel Enrique San
Martín que contaba para su defensa con unos 6.000 combatientes decididos a
resistir hasta la muerte: 2.273 soldados regulares, a los que se sumaban
requetés, falangistas y civiles del pueblo armados, que estaban liderados por
su alcalde: Ramón Trallero.
La conquista de Belchite fue encargada por el
mando republicano a dos de sus mejores divisiones: la 11ª de Líster (brigadas
68ª, 9ª y 100ª) y la 35ª del general Walter, conformada por la 32ª brigada y la
11ª y 15ª brigadas internacionales.
Los primeros ataques republicanos tenían por objeto “apretar” el cerco sobre la población, ocupando para ello las afueras de la misma y obligar a los defensores a concentrarse en el casco urbano. El 29 de agosto los republicanos conquistaron la ermita de El Pueyo, y al día siguiente el vértice Voladico y el cementerio. Por último, el día 31 se conquisto tras duros combates la estación de ferrocarril y la fabrica de aceite consumándose el cerco que constreñía a los defensores al casco urbano.
Los primeros ataques republicanos tenían por objeto “apretar” el cerco sobre la población, ocupando para ello las afueras de la misma y obligar a los defensores a concentrarse en el casco urbano. El 29 de agosto los republicanos conquistaron la ermita de El Pueyo, y al día siguiente el vértice Voladico y el cementerio. Por último, el día 31 se conquisto tras duros combates la estación de ferrocarril y la fabrica de aceite consumándose el cerco que constreñía a los defensores al casco urbano.
Estas primeras operaciones se complementaron con
dos acciones destinadas a desmoralizar a los defensores: el corte de suministro
de agua (la ofensiva republicana se había desatado en el verano y los soldados
de ambos bandos tenían un enemigo común: el fuerte calor) y los primeros
bombardeos del casco urbano. El 1 de septiembre, los republicanos lanzan sobre
el pueblo numerosos ataques aéreos, con objeto de “ablandar” las defensas para
su posterior asalto. El día 2 los republicanos toman el Seminario y lanzan
reiterados asaltos contra el casco urbano. La 15ª Brigada Internacional,
apoyada por varios tanques, llega hasta la calle Mayor, entablándose durísimos
combates casa por casa. Debido al estallido fortuito de uno de los morteros que
usaban los defensores murieron varios de los mandos nacionales, entre ellos el
alcalde Ramón Trallero y el comandante Luis Rodríguez Córdova.
Al día siguiente los combates se suceden con gran
intensidad, sin que los republicanos consigan avanzar más que unos metros. Los
defensores nacionales luchan fanáticamente y prefieren morir en su puesto antes
que retroceder. La única forma de desalojarles de sus posiciones es tomar cada
casa a punta de granada. En esta furiosa lucha bajo el calor del verano y
sufriendo el hedor de los cadáveres que pueblan las calles no hay lugar para la
piedad y muchas veces los internacionales fusilan a los enemigos que intentan
rendirse. El día 4, como medida extrema para doblegar a los defensores, los
atacantes proceden al incendió de una parte del pueblo y a la voladura de
varias casas. Ningún bando cede y poco a poco la superioridad numérica de los
atacantes se hace notar, la mayor parte del pueblo está en sus manos y los
defensores solo mantienen un puñado de reductos en torno a la iglesia de San
Martín, la iglesia de San Agustín y el ayuntamiento. El día 5 los republicanos
conquistan la iglesia de San Martín, el hospital, donde se capturan a 200
heridos enemigos y una parte del ayuntamiento. Su victoria es ya casi completa.
Esa misma noche, 300 defensores nacionales liderados por el comandante
falangista Joaquín de Santa Pau intentan romper las líneas enemigas con objeto
de escapar hacía Zaragoza. Solo unos 80 lo consiguen, muriendo Santa Pau y el
resto en el intento o en las afueras de Belchite.
El día 6 los republicanos se alzan finalmente con
la victoria en Belchite y finaliza la ofensiva sobre Zaragoza. La conquista del
pueblo les había costado más de 2.500 bajas entre muertos y heridos. Por
contra, habían causando un número similar de bajas entre los defensores y
habían capturado 2.411 prisioneros nacionales. Pese a todo, esta victoria
intrascendente serviría mucho para alzar la moral republicana, muy dañada tras
perder sus territorios en el Norte de España.
El 10 de marzo de 1938 las tropas nacionales
reconquistarán la localidad.
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